domingo, 24 de julio de 2011

Mariposas de ceniza

Mariposas de ceniza caen sobre el hombro
del único brazo, de la única mano que aprendió a escribir.
Una sobre otra van dando forma al pájaro negro que se comerá
mis dedos. Volteo mi rostro.

¡Que caigan, que se congreguen y den forma al ave de mis miedos!
Que devore la carne, luego las falanges y que muera por el mismo
veneno de la única palabra que supe escribir en la hoja quemada
que se levanta al cielo.

miércoles, 13 de julio de 2011

Anomía

En el puerto La Coruña, después de cruzar la caseta de aduana, lo espera El Gallego: Miguel Maltés. Desconoce por qué lo hizo venir. Años sin comunicase y súbitamente llegó un telegrama donde le exigía, con premura, viajar a su país, con todos los gastos saldados. En el trayecto una inquietud lo acompañó: el mensaje ordenaba embarcarse inmediatamente sin aportar otra información (y él así lo hizo). Buscó construir un motivo que justificara este llamado misterioso durante el largo tiempo de alta mar. No llegó a nada.

Sale del puesto de control y ahí está, imperturbable a pesar del frío, su anfitrión, vestido con la elegancia de costumbre. Desde que se conocieron, el Gallego siempre resaltó por su donosura. El atuendo y la silueta física consolidan un carácter altivo y generoso. Por el contrario, Danylo lleva con él un arrastre bohemio que no se define del todo, una imagen y un vestuario atrayente, consecuencia del intento de confeccionar diseños ajenos a cualquier estética, pero que le imprimen un aire de efectos interpretativos y extrañeza. El resultado es una figura anacrónica y trillada de dandy maldito. Seguramente es lo que agrada al Gallego, piensa Danylo.

―¡Joder Dany! El frío está que te cagas, deja los abrazos para otro momento.

Los reencuentros y despedidas son siempre lo mismo, nada emotivo pues todos saben lo que va a suceder una vez realizado el trámite: comenzar a olvidar y pasar al siguiente registro. Por eso Danylo celebró internamente el desapego con el que fue recibido y abordó el Ford Sedan convertible 1937. Sobre la marcha preguntó si podían encender la calefacción del auto pero no obtuvo respuesta, el Gallego se concentró en conducir y no pronunciar palabra durante los setenta y cinco kilómetros que dividen a La Coruña de Santiago de Compostela.

Danylo no está entusiasmado por conocer Galicia. Ni siquiera estaba un poco emocionado porque todo resultaba obvio. No lo asaltaban la curiosidad ni las expectativas, ni siquiera la ilusión de decepcionarse o la curiosidad de saber en qué forma. En sus momentos de mayor esperanza planeó escribir algo sobre esta región pero estaba seguro de que no intentaría nada e impidió dejarse arrastrar por la inercia o la curiosidad. Una generalidad se le metió a la cabeza: cualquier lugar donde uno es externo, inicialmente es aterrador, como todo lo desconocido. Las calles, balcones y mujeres que ve desde el auto cuando entran en la ciudad parecen algo gastado y obliterado. Intenta mencionar esto a su compañero, pero entiende que es inútil esforzarse.

Llegan a un hotel llamado Savoy; Danylo desciende del Ford Sedan y El Gallego le entrega, sin bajarse del auto, una cartera con la reservación y los documentos que le conceden status diplomático:

―Dany, espero que estés dispuesto para mañana antes del medio día. Paso para desayunar juntos. Cualquier cosa, en la carpeta vienen los datos de cómo comportarte sin nosotros.

Un par de horas después Danylo come algo ligero y se dirige al bar del hotel. Abusar de la generosidad de los anfitriones nunca es bien visto. Aunque no sabe cuáles son los intereses que lo tienen en este país y qué quieren de él, piensa que con este argumento sólo parece un sinvergüenza. Sin embargo no lo duda. Pocas oportunidades tendrá en su vida para emborracharse sin inquietudes por saldar la cuenta.

Al día siguiente recibe un mensaje en la recepción: tendrá que llegar solo al restaurante donde lo esperan. No hay sorpresa, imaginó que algo así sucedería. Antes de cruzar el vestíbulo y enfilar hacía la puerta principal lo alcanza un empleado; éste le entrega un abrigo de piel y un sombrero: «no podemos arriesgarnos a que un resfrío lo indisponga». Danylo se siente nervioso, distraído, inseguro, dirige sus pasos hacia un espejo. Afortunadamente sí lo proyecta. Menos mal, por un momento tuvo el presentimiento de que se encontraría con un espectro reverberando en el sustrato del cristal.

Al ingresar en el edificio donde lo esperan siente el calor de nuevo en sus pies. El frío en la calle es atigrado con alguien de tierras cálidas. Se apresuró a ganar las pocas calles de distancia entre el Savoy y el Club de Principales. Da su nombre al recepcionista y es conducido hacia una mesa ocupada por El Gallego y alguien más. Miguel no está solo:

―Danylo, te presento al Gaznápiro. Es amigo nuestro.

Saluda con gesto amable y toma asiento. Sabe que no es cuestión suya iniciar la charla y prefiere mantener silencio. Lo conforta comer a miles de kilómetros de donde habitualmente lo hace. Intercala miradas con El Gallego y éste le devuelve guiños que no sabe si interpretar como complicidad o como una aprobación de que hasta el momento todo está saliendo como se esperaba. Conservan la afasia durante la comida y al terminan encienden cigarrillos. Fuman rápido. Sin avisar, Miguel va hacia a un grupo de carcamales situado algunos lugares a la derecha, se planta frente a ellos, ejecuta una reverencia no exenta de sorna, y los pasa para instalarse con camaradería en otra mesa ocupada por un conjunto de hombres de mediana edad. Instantáneamente comienza un cisco ensordecedor. Risas y gritos joviales ahuyentando cualquier tipo de solemnidad. El Gaznápiro aprovecha entonces para dirigirse a Danylo:

―Sin distracción, fijá tu mirada en el espejo frente a vos ―habla con otro acento, que no es el de Miguel―, viste a los hombres con los que habla el Gallego. Sólo tenés sus reflejos; es imprescindible que no los olvides ¿Está claro?

Sin convicción pasea su mirada entre destellos y minucias. Sabe que son personas ajenas, inexplicables, e ignora el tiempo que debe vigilar cuando el Gaznápiro lo saca de su embeleso:

―Loco, es muy importante que los puedas recordar. Yo me largo ahora. Tomá la valija que dejo en esta silla y andate unos minutos después de mí ¿dale? Fue un gusto, me agradó morfar con vos.

El Gaznápiro se pone de pie y sale. Danylo cierra los ojos y cuenta los segundos de espera sin aflojar la presión de sus pupilas clausuradas. Toma la valija y se levanta. Antes de abandonar el salón voltea y captura un guiño más de Miguel reflectado en el espejo.

La rotonda de La dulía está cuatro metros bajo el nivel del suelo. Son dos las entradas que la circundan. Su diámetro no pasa de un campo de futbol y está repleta de cabarets. Se considera la zona roja de la ciudad. La afluencia que deambula las inmediaciones es la clase de habitués en el sector. Al amparo del clima avieso y cómplice la gélida desazón invernal resulta imperceptible.

Además del fragor que le invade al pisar la plaza, otro de los efectos de la droga que Danylo consumió es protegerlo del frío a menos cero que arroja la noche. Ya en su habitación del Savoy, revisó el contenido de la valija que el Gaznápiro dejó. En ésta había cocaína suficiente para no dormir en tres semanas y un revolver .454 Casull junto a esta breve explicación:

«!Dany, querido¡ Disculpa la escasa hospitalidad. Pero como has comprobado, todo en este lugar es un jaleo salvaje. Sé que puedes dispensarme por las incomodidades que te causa el asunto que llevamos entre manos; pronto entenderás de qué va la cosa. Por ahora, todo este polvo habrá de serte muy útil: es para tu uso y para sobornar cuando sea conveniente (la cocaína es un valor muy preciado entre todos los bandos). Sobre todo te exijo, por seguridad, que uses cuanta puedas tolerar; una dosis que te mantenga sereno y no turbe tus sentidos ante acontecimientos inexplicables; sobra advertirte que la calidad es buenísima; lleva cautela al inyectarla. Para explicarte lo del arma… ¡Y sí! El tamaño es exagerado, muy difícil de portar, pero este calibre siempre regala una enorme sensación de respaldo ¡Aunque muchas veces no sirve de nada! Espero te guste la broma. Me despido, no sin antes ponerte al tanto de que nuestro siguiente encuentro es el cabaret Voltaire a las 22:00 de hoy. ¡Llega puntual!».

No hay desequilibrios físicos ni mentales cuando la cocaína fluye en la sangre. El miedo es una sensación que se defenestra del cuerpo. Un desconocimiento absoluto de la existencia del pánico o el terror injertan el control como directriz. Sin miedo en la piel, Danylo está gastando su broma, la revancha que le corresponde en el fraternal intercambio de cargadas: desperdicia tiempo curioseando entre los demás cabarets y sigue de largo frente al Voltaire un par de ocasiones antes de abrirse paso al interior de éste. Va cargado de falopa y de indulgencia. Lleva seis suministros para su uso (es demasiado pero ya colocado el miedo a la escasez aniquila cualquier sentido de las medidas) y bastante más para cubrir los sobornos que le exijan. Finalizan los minutos de despilfarro y se dirige a la entrada del tugurio. Sobra comentarlo, desechó el revolver al salir del hotel.

El cabaret Voltaire es un lugar desorbitado. La cocaína y otras drogas lo hacen llevadero. Acceder no colocado es una irresponsabilidad. En un sitio que podría considerarse sobrenatural y cuya clientela esta repleta y subida de drogas las probabilidades de pasar una noche sin amenazas y sin sobresaltos son exiguas. Danylo creé estar en un sueño. No le parece posible tanta irregularidad, se siente en un lugar perimido y al mismo tiempo casquivano. Camina lentamente mirando con atención los cuadros que decoran el lugar y hace un mutis de burla: son caricaturas, marcos y ventanas que decoran un espacio lleno de abundancia idiota. No se le ocurre que eso sea Arte, pero sí algo que impresiona a un desprevenido.

Sigue escudriñando y sitúa en el centro del salón a su amigo. Cuando toma lugar advierte que El Gallego también va muy subido de cocaína. La pureza de la droga es ampulosa. Miguel otra vez no está solo, lo acompaña una prostituta. Hay un hervidero de éstas, se mezclan en un continuo carnaval de mala muerte. En el proscenio, en las mesas, caminando, por todos lados hay putas; lo anómalo es la inusitada belleza en un lugar sórdido: ninguna mujer equilibra o violenta este desquiciado cabaret.

Por extraño que suene el lugar lo remonta a ciertas sensaciones de su infancia, a un erotismo elemental expresado por el surrealismo. Labios pintados de negro, párpados de verde y pelucas empolvadas estilo rococó, como sólo los había visto en libros de ilustraciones infantiles, látigos elásticos y delgados, abanicos, corsés y tutús. Una muchacha no llevaba otras prendas que una chaquetilla de torero y unas botas de pirata; otra luce pantalones bombachos al estilo turco de una muselina que transparentan su vello púbico; otra más dejaba colgar sus enormes senos en medio de un entresijo de cadenas que le engrilletaban el torso: figuras dignas de Aubrey Beardsley. Y aun hay otra con una boa de plumas en torno a su cuerpo desnudo, que avanza con altísimos tacones en un tumulto de mosqueteros, bailarinas con velos, marineras, libélulas, esfinges asomadas por barandales, torsos encorsetados, cabellos desgreñados a lo María Magdalena, pelucas rojo fuego sobre rostros de ángeles prerrafaelitas… De cualquier forma nunca se cansa de reinventar el mundo. Sabe que está rodeado de distintas variantes de la prostitución: la directa y no adulterada de la carne de las mujeres, y la intelectual, la prostitución de la belleza, el talento y la ambición. Danylo lo ve de un modo preciso, alerta, no se engaña al respecto: sabe que extraerá su alimento de la belleza, como una ballena extrae el plancton del mar.

―¡Danylo! Qué alegría que ya estés aquí. Escucha, te presento a Annia. Es impresionante ¿no crees?

―Sí, muy atractiva.

― ¡Hombre! Pero no desesperes, he pensado en ti. Una chica increíble ya viene.

―Migue, sabes que no soy un hombre escrupuloso. Pero un affaire es algo que no viene en mis planes.

―Créeme Dany, todo viene en tus planes, aunque no lo sepas. Pero basta de cháchara ¡Ahí la tienes! Su nombre es Gaga.

―Hola― La mujer se acerco y besó los labios de Danylo con sencillez.

―Bueno, te dejo con ella. Voy a por un poco de privacidad. Y recuerda, escucha bien, ella quiere contarte algo.

El Gallego sujetó la mano de Annia y con la afabilidad adulterada de la droga se perdió en algún apartado. Gaga toma con los ojos la atención de Danylo. Es pequeña, no rebasa el metro con sesenta. Usa una vincha roja para acomodar su cabello. Le habla con firmeza:

―¿Recuerdas a los tipos que te pidieron observaras esta mañana? Bueno, están al lado de nosotros. Sin mujeres. En el centro de su mesa hay una pantalla que distorsiona las medidas y los límites; emite vacío. Realizan una sesión experialista. Ahora, lo que haré es para no llamar su atención. Tú debes observar y oír todo. No pierdas detalle. Y por favor, tarda en correrte.

Gaga se arrodilla y abre la bragueta de Danylo. Toma la verga dura y palpitante y comienza a mamar. Funciona: con simulada distracción escudriña el espectáculo de sus vecinos. Entre quejidos anhela que todo termine pronto. Una vez subido de coca, la ansiedad obsesiona cuando el efecto decae. No sabe en qué concentrarse: en la felación, en su trabajo, antes que desesperar por la siguiente dosis… Cuando eyacula cierra los ojos y al abrirlos los hombres que vigila parten con expresión satisfecha, como si hubieran retozado con alguna de las mujeres del antro. Gaga se reincorpora y lo observa, otra vez, con dureza:

―Recuerda esta visita como el incidente de un sueño― dijo, con el semen escurriéndole en los labios.

Es un lugar común pero si uno quiere entender el extraño carácter de los gallegos hay que tomar en cuenta que Galicia es una de las regiones de España que menos luz solar recibe por año. Esta escasez ha hecho de los gallegos personas sorprendentes. Y mientras los idiotas juzgan a esta gente como estúpida, es verdad que en la región ocurren y se dicen cosas incomprensibles para una mente pacata y zote. Otro aspecto apreciable es la hidrografía del lugar: En Noruega se llaman fiordos, en Escocia lagos, y en Galicia son las rías. Las Rías Altas es un nombre relativamente moderno, aplicado a todos los estuarios de la costa norte de Galicia, desde Ribadeo, la puerta de entrada a Galicia en la frontera con Asturias, hasta La Coruña. La parte que comienza en Ribadeo, aún en la provincia de Lugo, se llama también la Marina lucense. Cuatro de los estuarios pertenecen al Golfo Ártabro: La Coruña, Betanzos, Ares y Ferrol. Los cuatro convergen en un único punto, donde se yergue la peña Marola. Y esta mañana, aquí, en la peña Marola, están emplazados El Gallego Miguel Maltes, Danylo Kis, el Gaznápiro, Annia y Gaga.

El Gaznápiro se encarga de aparejar material, pertrechos y municiones en una lancha torpedera rusa. En ella caben de cinco a seis personas. Está equipada con dos ametralladoras de siete mm. AA, dos tubos lanzatorpedos y cuatro cargas de profundidad. Todos han inhalado tanto polvo que ninguno demuestra cansancio a pesar de no haber dormido. Danylo, al salir del cabaret Voltaire, llegó a su habitación y redactó un informe. En él detalla cómo es que están siendo delatados Miguel y su gente. Los hombres que acechó unas horas atrás son la respuesta. Esto explica la huida apresurada. Miguel y su grupo pasaron por Danylo al hotel en la madrugada. Le explicaron que no tiene motivo para preocuparse, su estatus diplomático le garantiza inmunidad. El peligro por el momento no lo amenaza. La despedida, una vez más, es próxima.

― Bueno, no me preocupa que algo malo te pueda pasar. Sabes cuidarte ―dijo el Gallego.

― ¿Qué será de ustedes ahora? ―preguntó Danylo.

― Nada especial, sabes cómo son estas cosas.

El Gallego arroja las llaves del auto a Danylo y éste las toma en el aire. Se aleja un poco y observa como los hombres ayudan a abordar a las mujeres; posteriormente ellos hacen lo propio. Miguel, antes de subir, voltea a ver a su camarada y le guiña un ojo con el gesto de siempre. Solo, contempla el deslizar de la embarcación por el agua. No sabe hacia donde se dirigen. Mejor así.

Entra al auto y lo enciende. Le extraña ir al volante de un modelo tan viejo, nunca lo había hecho. Maneja entre las brumas y desea escuchar algo de música. Busca cómo encender la radio pero recuerda que en este tiempo todavía no se han fabrican autos con estéreo.

Meditaciones de un cerdo sin cuerpo

Todo tiene un precio en este mundo
El perejil y la cabeza del cerdo moribundo
La propaganda y el buque que hundo
La victoria y el fracaso rotundo
Así que sin cuerpo ando iracundo
Sin manos sin pies tampoco
Humano sin ser tan loco
Un hermano sincero sin coco
Unir manos de cera que toco
Hundir en ano de la jerarquía de moco
El doloroso garote organico moqueando blanco en el blanco
Coger duro el poder, joder
El poder contra nosotros no puede
Es un importante impotente
Que mata a inocentes
Para que el miedo que sientes
sientas que se plenipotencie
El miedo, meado del alma
Mámame el alma para chuparme el miedo
Mientras un cerdo te chupa un dedo
Contra el comercio, Libertad para siempre
Me cago en la publicidad que aquí aparece
Querido lector, apunta la marca que aquí se anuncia
Para no comprar este producto nunca
Punto y aparte.
La publicidad es vandalismo y el grafiti es arte