Mientras estaba sentado
en el Subway comiendo un saladísimo submarino, me fijé en que, en
la mesa vecina, habían agarrado un periódico que el “restaurant”
ponía a la disposición de sus clientes. Obviamente, se trataba de uno
de estos periódicos amarillistas, cuyas portadas podrían causar
severos trastornos mentales a cualquier niño (e incluso cualquier
adulto) criado en una familia que prefiere educar con amor en lugar
de violencia.
Me pregunté entonces,
¿Porqué no nos sorprendemos que este tipo de “periódicos” sean
los que siempre se ponen gratuitamente a la disposición de los
millones de clientes de estos “comercios”? Ojo, aquí no me estoy
preguntando porqué éstos son los “periódicos” que ofrecen,
sino porqué no nos sorprendemos de este hecho.
Resulta clara la razón
por la cual estos “comercios” prefieren brindarnos este tipo de
“lectura” en lugar de otra. Se trata de un instrumento de
propanda. Detrás de la sangre, el sexo y el deporte, se transmiten
valores que nos llevan a consumir, a seguir comiendo en el Subway, a
seguir leyendo estos “periódicos”, a votar por sus candidatos, a
adoptar sus chivos expiatorios y, en algunos casos desesperados, se
llega a interpretan como una cortesía del “restaurant”.
Uno de los elementos más
preocupante de este vínculo entre propaganda y comida chatarra, es
el alcance que éste tiene. Seguramente habrá millones de personas
que no compran periódicos, pero que los leen únicamente cuando se
encuentran en esos “lugares”.
Por lo tanto, la pregunta
que me planteé era ¿Como combatir la hegemonía que ejercen los
periódicos amarillistas en los establecimientos que venden comida
chatarra?
Pensé en varias
posibilidades y me gustaría saber si alguien las habrá probado
alguna vez y cómo le ha ido. Hay una en particular que me pareció
más interesante: que un profesor de universidad comprara una
franquicia de una de estas grandes cadenas de comida chatarra y que
tomara el control de los periódicos que se ponen a la disposición
de los clientes aunque sea en esta franquicia específica.
A partir de ahí, un sin
fin de posibilidades empezó a derivar de esta situación hipotética
que podría literalmente convertirse en un laboratorio. Los
empleados del profesor podrían ser sus alumnos.
Podrían decidir sindicalizarse con la aprobación del dueño de la
franquicia. ¿Cuál sería la reacción de la “casa madre” hacia
el dueño de la franquicia?
También se podría
controlar las publicaciones que se ponen a la disposición de la
clientela e invitar colectivos de activistas a ofrecer sus revistas.
Si se quedara la publicación amarillista dentro de este abánico de
ofertas, ¿la seguirían leyendo los clientes de manera tan
automática como lo hacen actualmente?
Finalmente, lo que
planteo es el siguiente proyecto:
-Un profesor de
universidad compra una franquicia de una cadena de comida chatarra
con propósitos de investigación.
-Sus alumnos son los
empleados.
-La investigación girará
en torno a saber cuáles son los límites de
un dueño de franquicia de izquierda frente a las directivas de la
companía respecto a las políticas laborales de la empresa y la
difusión de “contenidos informativos” o propaganda.
-Asimismo, se buscará
responder a las preguntas: ¿Se ha intentado alguna vez? En dado
caso, ¿cuáles fueron los resultados de tal experimento? En dado
caso que no, ¿porqué no?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario